Rompeolas

Rompeolas
Ese mar inmenso en el que se inició la vida, ese mar poderoso que nos asombra con su majestuosidad, ese mar bello que nos llena el alma de paz… a veces se enoja y se acerca hasta la costa con ímpetu desatado para vengarse de quienes tan mal le pagan arrojando en él todos los detritus que producen.
Entonces ellos construyen grandes muelles para proteger sus yates, sus residencias, sus chiringuitos, sus empresas, sus medios de comunicación, su modo de vida… pero la fuerza de las olas es imparable.

Una ola es una gran cantidad de agua formada por millones de gotas, unidas de tal manera que no hay muelle que la detenga. Entonces ellos deciden reforzar los muelles que les protegen, y diseñan un sistema que consigue romper esas olas que reclaman en nombre del mar su derecho a vivir con dignidad.

La solución es construir miles de bloques de piedra, todos ellos iguales y tallados con afiladas aristas capaces de romper cualquier ola en mil pedazos. Esas piedras se colocan frente al muelle, de manera que son ellas las que sufren las embestidas de las olas, protegiendo de esa manera, no sólo a sus constructores, sino también al propio muelle, que puede llevar así una vida relativamente tranquila.

La eficacia del sistema consiste en que está formado por miles de obtusas piedras con vivas aristas y colocadas en estudiado desorden, de manera que si una ola no se rompe contra una arista, es seguro que se rompe contra alguna de las otras. Cada piedra es única a su manera, ya que a pesar de estar todas ellas cortadas por el mismo patrón, sus dueños las han orientado de maneras distintas para que se sientan orgullosas de sus impostados hechos diferenciales.

Estar juntas no las hace sin embargo amigas, ya que entre ellas se clavan unas a otras sus agudas esquinas para defender su derecho a un subvencionado hueco en el sistema, pero mientras reivindican su singularidad, hacen sin saberlo el trabajo sucio que correspondería hacer al muelle.

Es más triste que hacerse un selfie ver cómo las indignadas piedras esgrimen sus coloridas reivindicaciones contra las olas, y no contra el sistema que las ha colocado ahí, haciéndoles creer que son ellas sus enemigos.

A veces, pequeñas partes de las olas ya rotas consiguen traspasar la barrera de piedras y alcanzan el muelle protector, que se deshace fácilmente de ellas armado con sus leyes, sus togas y sus porras, permitiendo con ello que sus propietarios sigan viviendo plácidamente, ajenos por completo a la cotidiana realidad del mar.

Cuando las aristas se desgastan por el paso del tiempo, los constructores sustituyen las piedras por otras nuevas con renovados ángulos identitarios, deshaciéndose de las viejas, que Roma no paga traidores.

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Del monte ha de venir la obtusa piedra que ha de romper el mar.