Verano

Verano
La primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido, pero ya se va, y eso que acaba de empezar. Asoma el verano con fuerza y con él me vienen recuerdos de otros veranos que laceran mis entrañas, no por bien, no por mal, sino por simple añoranza de momentos que no volverán.

Me gusta la playa a primera hora de la mañana, antes de que se llene de gritos y de juegos, que no están mal, pero que me impiden pensar. Veo una mujer de espaldas, sentada sobre la arena, leyendo, en silencio… ¡qué imagen tan bella! Me gusta el olor de la piel acariciada por el sol.  
Hoy no quiero enturbiar el alma con pensamientos lascivos, cada día tiene su afán y cada cosa tiene su momento y su lugar. Hoy prefiero ver en esa mujer de perfumada piel que lee bajo el palio de la suave luz del sol de la mañana, un templo de la belleza en el sentido más amplio, belleza del cuerpo, belleza del corazón, belleza del alma. Sólo cuando una ráfaga de viento cómplice empuja el pelo sobre su cara obligándola a girarse para componer los desperfectos, acierto a vislumbrar su femenino perfil. No me equivocaba: un templo de mujer. Templo y no parque público te quiero, que ya sé que no se estila, pero es que soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores, como dice la canción.

El rumor de las olas te envuelve en una burbuja de silencio interior que te permite un diálogo íntimo con tu yo, ese yo con el que convives como un matrimonio agostado, compartiendo espacio pero no emoción. Entonces le hablas en segunda persona, como si fuera otro, y te sinceras con él, con tu olvidado yo hasta que el rumor de las olas te invita a mirar en tu interior mientras el sol cubre tu piel de íntimo calor y observas a esa misteriosa mujer, de espaldas, leyendo… un templo de mujer.

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Cuanto más conozco a los hombres, menos los quiero; si pudiese decir otro tanto de las mujeres, me iría mucho mejor (Lord Byron).