Jazz

Jazz
 
Un local anclado al pasado, con ese entrañable ambiente decadente de música lánguida a ritmo de jazz que lacera el alma a fuego lento con sentimientos que creía superados. Todo a media luz para preservar la intimidad de tu baile con los recuerdos. Hay gente sola, sin prisa, parece que siempre ha estado ahí, formando parte del entorno, del mobiliario, de la música rancia y del suave aroma a perfume de bar de madrugada.

Pido whisky, a pesar de que nunca bebo cuando estoy fuera de casa, pero el día ha sido intenso, y la verdad es que no sé cómo he venido a parar aquí. Me siento cómodo porque nadie mira a nadie, nadie esperaba que llegara y nadie espera que me vaya, les da igual, y eso hace que me sienta bien.
Se me acerca una mujer de belleza madura y me invita a bailar con naturalidad. Tiene voz nochera, cálida, pausada. La música sólo permite un baile lento... de otro modo no habría aceptado, ya que no se me dan bien los bailes modernos. Me envuelve el cuello con sus brazos y yo la abrazo por la cintura mientras nos movemos todo lo despacio que la música nos lleva. Se arrima a mí, y enseguida se da cuenta de que me he alegrado mucho de verla. Ella respira mi cuello y yo hago lo propio con el suyo. Me siento embriagado por la música lenta y el íntimo contacto de mi mano con la zona donde su cintura empieza a curvarse.
No sé por qué, en ese momento, con los ojos cerrados y mis labios pegados a su cuello, me acuerdo de la última vez que la vi. Fue una bonita mañana, con la Navidad llamando a las puertas, y quedamos para tomar un café cerca de su oficina.
Buscó excusas, ya hacía tiempo que no nos veíamos, y pensaba que todo había terminado. Tal vez había terminado, pero aún así deslicé mi mano bajo su vestido buscando la complicidad de la barra de la cafetería, y comprobé que ese día llevaba las bragas por encima de las medias... no esperaba verme, y decía que así no se le caían. Me las llevé, con su permiso, como regalo navideño.
Quise imaginar que esa mujer con la que bailaba en esos momentos, tan pegados que no se sabía dónde empezaba su cuerpo y dónde terminaba el mío, era ella. Podría haberlo sido, porque me sentía tan bien que no quería que terminara la música, no quería que terminara el baile, no quería que terminara la noche. Me confesó que ella también se había alegrado íntimamente de verme. Le cogí las manos, levanté su barbilla y deposité una caricia de beso en sus tentadores labios. Una mirada de complicidad, un adiós y una sonrisa de... tal vez.

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A quien amas, dale alas para volar y motivos para volver.