El Atasco

El Atasco
Me oprimía el nudo de la corbata, me picaba el pantalón del traje, tenía un sueño inhumano, estaba empezando a lloviznar aquel lunes triste y gris... y encima aquel inexplicable atasco en la autovía a la entrada de la ciudad. No entiendo los atascos... cuando el semáforo está rojo, paras, y cuando está verde, arrancas... ¿Cuál es el mecanismo que genera los atascos, si cuando llegas a lo que se supone que era el centro del problema resulta que no sucede nada anormal, nada que justifique haber estado con el coche parado más de un cuarto de hora?
En la oficina me esperaban un montón de problemas y yo me sentía como el niño que no quiere ir a la escuela el lunes y prefiere ponerse enfermo, con cuarenta de fiebre, para poder quedarse en la cama viendo la televisión mientras su madre le llena de cuidados, atenciones y besos.

La autovía tenía un tramo que pasaba muy cerca de las ventanas de las casas, y en un atasco como aquel te daba tiempo de curiosear a través de las cortinas. A esas horas de la mañana la gente tiene todavía las luces encendidas y, aunque tengan corridas las cortinas, se adivinan sus vidas al trasluz... Aquella está haciendo la cama, la otra colgando ropa en el armario, esa.... ¿Esa? Casi frente a mi cara había una mujer con la ventana de la cocina abierta, preparando café, con su media melena todavía despeinada y una bata que apenas cubría sus encantos. Yo tenía mi café ya casi olvidado y aquella mujer acababa de levantarse, ni se había peinado, y estaba preparando el café con una parsimonia que sólo da el hecho de vivir una situación de absoluta felicidad.

De pronto deseé que no terminara nunca el atasco, aquella era la visión del paraíso... Tan cerca, y tan lejos al mismo tiempo. Yo agobiado, dirigiéndome al infierno de los lunes, la corbata oprimiéndome la garganta, el pantalón del traje que no dejaba de picarme, el día lluvioso y gris, un montón de problemas esperándome en la oficina... y aquella mujer se estaba preparando un café, sin duda el más aromático del mundo, despeinada y con los pechos casi al descubierto... seguro que todavía estaban calientes... cómo me habría gustado apoyar mi cara en ellos y dejar que ella me acariciara la cabeza mientras se tomaba aquel maravilloso café.
Aquel cuarto de hora de ensoñación resultó ser el atasco más agradable del mundo, sentí el aroma de aquel fantástico café impregnando de felicidad su media melena despeinada, sentí el calor de sus pechos en mi cara y la caricia de sus manos sobre mi cabeza... no me importaba en absoluto que me despeinara... con lo maniático que soy para eso.

No hace mucho derribaron ese tramo de autovía en la entrada de Bilbao...
"Matómela un ballestero... dele Dios mal galardón".
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Agua que no has de beber, déjala correr.